Al cumplirse este martes un año y ocho meses de guerra, sin que las partes beligerantes muestren voluntad para negociar, a la luz de lo visto en las semanas recientes en los puntos más álgidos de la línea del frente, en opinión de quienes siguen de cerca los combates, Rusia y Ucrania entraron en una suerte de callejón sin salida y todo apunta a que no cabe esperar cambios drásticos en el equilibrio de fuerzas hasta la primavera del año siguiente, por lo menos.
Las opiniones de los expertos que se identifican con Moscú o con Kiev –con las debidas distancias tomando en cuenta que en cada lado de las trincheras virtuales, salvo raras excepciones, la objetividad cede ante las preferencias de cada uno y se exageran o minimizan los hechos según convenga–, indican que los ejércitos ruso y ucranio se enfrentan a un mismo problema.
Ambos –señalan– quisieran cerrar antes de que empiece el inclemente invierno con algún sonado triunfo y ninguno hasta ahora puede hacerlo más allá de avanzar varios cientos de metros a la semana, y retroceder otro tanto… con frecuencia.
Esto es así, consideran, debido a que siempre tiene más ventajas el que defiende (campos minados, trincheras y zanjas que dificultan el movimiento de los tanques y vehículos blindados, dientes de dragón y otros obstáculos de hormigón, etcétera) y el que ataca queda más expuesto a los bombardeos de la artillería enemiga, sufriendo mayor número de bajas en términos de soldados y armamento.
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